El verano es tiempo de lectura; podría recordar cada una de
mis vacaciones por el libro que me estaba leyendo en cada viaje y tengo
recuerdos memorables de grandes novelas devoradas al borde de la playa o piscina.
Pero como esta sección está dedicada a
la literatura infantil, hoy os recomiendo uno de los libros que más me gustó de
pequeña y que siempre aparece en mis listas de lecturas imprescindibles.
Mi madre compró “Cuando Hitler robó el conejo rosa” como
parte de su pedido de Círculo de Lectores en una colección de rombos verdes que
nos encantaba a mi hermana y a mí. El libro cuenta la historia de Anna y su
familia judía en la Alemania nazi. Es la visión de una niña refugiada, que deja
su vida acomodada de Berlín para empezar de nuevo en Suiza y Francia. Siempre
es más fácil entender la historia en manos de personajes concretos y el libro
es una buena manera de que los niños entiendan esta parte de la historia de
Europa, pero al margen del contexto, es una buena historia, es un buen libro.
El momento en que Anna tiene que elegir uno solo de sus muñecos para llevar en
su maleta se quedó para siempre grabado en mi memoria. Explicar la guerra para
un niño es difícil, los hechos concretos lo hacen algo más fácil.
Esa historia que yo leía con unos doce años, y que parecía
tan lejana se convirtió en real años más tarde en mi trabajo como voluntaria en
la guerra (postguerra) de la antigua Yugoslavia. Uno aprende pronto que durante
la guerra todo el mundo tiene una historia que contar. Cuando conocí a Anita
era la chica sonriente que trabajaba en la warehouse de Vojnic, el pueblo más
cercano al campamento de refugiados donde yo trabajaba y donde cada mañana paraba para llenar mi
furgoneta y si el tiempo lo permitía tomarme un “turkish Kaffa” en su oficina.
Warehouse era un nombre que se quedaba muy grande para la casa unifamiliar
donde las ONG nos repartíamos habitaciones para almacenar bienes de primera
necesidad. En lo que había sido la entrada a la casa, Anita tenía su diminuta
oficina y allí, delante de un radiador y
un café me contó el día en que su padre les dijo que se iban, que dejaban su
casa para pasar de Bosnia a Croacia. De cómo su padre le tendió una bolsa de
deporte y le dijo que sólo podría llevarse lo que cupiese en la bolsa. Ella
contaba lo difícil que había sido elegir entre sus cosas, sus libros, su ropa,
sus recuerdos, sus fotos… qué era lo que realmente no podía dejar atrás.
En la guerra todo el mundo tiene una historia y la de Anita
no es desde luego de las peores, dejaron su casa que fue ocupada por Serbios
que vinieron de otra zona y ellos mismos ocuparon una casa de Serbios que
tuvieron que huir, pero su familia se mantuvo entera, ella había conseguido
este pequeño trabajo y su historia, como digo, no era de las peores.
Pero uno aprende pronto que en la guerra no hay historia
pequeña y quizás me hubiese costado mucho más entender su angustia por intentar
meter su vida adolescente en una bolsa de deporte, si no hubiese leído con doce
años lo difícil que fue para Anna desprenderse de su conejo de peluche rosa.
Los libros cuentan la vida y la vida se empeña en repetirse de un modo
incomprensible.
Anna (en realidad Judith Kerr, la autora) aprendió mucho en su periplo de refugiada por Europa,
yo aprendí también mucho con su libro y Anita me enseñó mucho más con su
sonrisa y su alegría contagiosa en aquella oficina diminuta de la Warehouse de
Vojnic. Y este libro, es sin duda, una buena recomendación para el verano.
Ooooh, yo tenía de esa colección de rombos verdes "La hija del espantapájaros" y "Alarma en Patterick Fell" (creo que se escribía así)
ResponderEliminarQué bonitas -y tristes- las historias de Anna y Anita. Nadie debería pasar por trances así de duros...
Yo también tenía unos cuantos más de esta colección, Alarma en Patterick Fell o como fuese el título :-) estaba muy bien, es cierto. Gracias por tu comentario!!
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