Dos puestas de sol me separan de la playa, de comer soubiñas y pulpo a feira, de ver a mi familia, de cenar con mis amigas, de pisar (descalza siempre) el suelo de mi casa, la de verdad, de desayunar con unos y con otros en el Trigal, de descansar de verdad, de pasear en bici, de practicar algo de paddle surf (ese deporte perfecto para vagos como yo..), de ir en piragua, de visitar a mis amigas de la universidad en Ons (qué ganas chicas!!), de ver a mis tías María y Nina, que siempre, siempre, sonríen y tienen un Kinder y una bolsa de chuches XXL en el bolso para las niñas, de comer empanada de bonito de mi madre, de dormir tapada, de cruzar el puente y desayunar las mejores torradas del mundo en Portugal, de no perderme el cine de verano en la plaza de la catedral de Tui, de comer pescado fresco de verdad, y yogures Larsa, de pasar tiempo con los que están fuera también, de salir con chaqueta por la noche, de tomar cañas frente al mar, de ponerme morena, de perseguir cangrejos hermitaños, de tomar helados en Gamela, de volver a las playas de Hío y Aldán, de pasear por la calle del Príncipe y saludar al sireno morriñoso que siempre quiere volver al mar, de seguir descubriendo lo bonita que está la zona vieja, y que cada vez Vigo mola más.
Dos puestas de sol, dos...